Mi búsqueda comenzó después de adoptar a un perro llamado Nilo, un collie escocés que había sido abandonado en la perrera a los 9 meses de edad. Nos habían advertido que Nilo llevaba muy mal su estancia en la perrera y una amiga que trabajaba allí prácticamente me suplicó que lo adoptara. En solo unos días, nos dimos cuenta de cuánto le había afectado el abandono.

En aquel entonces trabajaba como terapeuta de belleza y tenía mi propio negocio en Mallorca. Mis principales herramientas eran los aceites esenciales, y ya impartía cursos sobre su efecto en la mente para una empresa pionera en abordar los problemas estéticos considerando también los aspectos emocionales que los influían.

Devolver a Nilo a la perrera nunca fue una opción para nosotros, así que empecé una búsqueda para ayudarlo.

Para situarte en contexto, esto ocurrió en 2005. Por entonces, ya se hablaba de las Flores de Bach para animales, así que comenzamos por allí. Tuve la suerte de aprender sobre las Flores de Bach con Ioanna Salajan, una gran maestra que las había introducido en Holanda. Pero, lamentablemente,

las Flores de Bach no ofrecieron una solución. Varios adiestradores intentaron ayudarnos, y aunque aprendimos a convivir con Nilo, nunca fue un perro feliz, ya que tenía serios problemas de

comportamiento que complicaban nuestra vida diaria.

Nunca dejé de buscar maneras de ayudarle. Para no extenderme demasiado, en un momento dado encontré el trabajo de Caroline Ingraham, quien abordaba problemas físicos y emocionales desde la automedicación de los animales, algo conocido como zoofarmacognosis.

Decidí ir al Reino Unido para formarme con ella. Me atrajo mucho que sus herramientas clave

fueran los aceites esenciales.

Han pasado casi 15 años desde que cerré mi gabinete de estética para dedicarme a trabajar

con animales, siempre enfocada en permitir que el animal elija libremente.

Estoy segura de que si hubiera tenido estos conocimientos antes, habría podido ayudar a Nilo.

Durante unas sesiones con un perro en un refugio en Mallorca, conocí a Lur, una perra con muchísimos miedos, y decidí adoptarla porque ahora sí tenía las herramientas para ayudarla.

Lur había pasado casi toda su vida con su anterior responsable en una cadena corta, cuatro paredes

y un suelo de cemento. Al principio, tuve que pasearla con correa y arnés porque

Lur tenía tanto miedo que caminaba hacia atrás en lugar de hacia adelante.

Lur cruzó el arco iris hace dos años, a los 16 años.

Siempre fue una perra cautelosa con los extraños, pero este comportamiento solo duraba unos cinco minutos. Una vez que mostraba su verdadera personalidad, me di cuenta de que era una payasa.

Se convirtió en una perra alegre y divertida.